La situación es difícil de imaginar: con los cambios de reglamento, que ahora contemplan que si la pelota rebota en el juez se debe interrumpir el juego y devolverle el balón a quien lo poseía anteriormente, hoy no podría suceder. A Juan Bava lo hubiera ayudado esa interpretación y a Temperley, mucho más.
Juan Antonio Bava nació en octubre de 1947 y a los pocos años lo llevaron a La Bombonera. Se hizo hincha de Boca, algo que confesó después de dejar el silbato. Siempre le gustó jugar al fútbol: era defensor y su amor por el juego resultaba inversamente proporcional a su rechazo a los jueces, quienes lo echaban a menudo por “excesos verbales”.
Árbitro de casualidad
Por su desprecio inicial hacia los árbitros cuesta creer que se haya convertido en uno de ellos. Comenzó a dirigir por intermedio de un ex cuñado, que dirigía en Primera División. Tras rechazar un ofrecimiento, terminó aceptando y rápidamente lo subieron como juez de línea de la máxima categoría.
Para Bava, nadie nace con vocación de referí pero la pasión por el fútbol te puede llevar a ocupar un lugar no siempre bien mirado por jugadores e hinchas. Por tal motivo, solía enojarse durante su etapa como Director del Colegio de Árbitros de la AFA cuando los nuevos afiliados le decían que no simpatizaban con ningún club
El día que Juan Bava le metió un gol a Temperley
Temperley, uno de los dos ascendidos junto con San Lorenzo para jugar el Metropolitano de 1983, estaba peleando por no regresar a la B. Los promedios habían llegado por cuarta vez al fútbol argentino, esta vez para quedarse hasta nuestros días. Enfrente estaba Huracán, que venía de un buen año anterior pero ya comenzaba el camino que terminó con su descenso en 1986.
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Las dificultades para llevar adelante el partido eran evidentes: la lluvia no cesaba y a la pelota le costaba rodar, pero Juan Bava decidió comenzarlo. Como apasionado del fútbol, siempre le gustó dirigir bien cerca de las acciones. Ese 20 de noviembre de 1983 aquella característica le jugó una mala pasada.
El Globo se puso en ventaja en el segundo tiempo por intermedio de Néstor Candelo. La gente del Gasolero estaba enojada con el árbitro (reclamaban por dos goles anulados) y hasta llegaron a pegarle un piedrazo. El encuentro continuó y, minutos después del 0-1, Bava se resbaló dentro del área con tanto infortunio que llegó a empujar un centro de Candelo y le dio el 2-0 a Huracán. A continuación sancionó un penal para el Celeste, pero ese descuento no matizó la bronca de los locales.
Su relación con Maradona y Passarella
Bava fue uno de los árbitros que tuvieron el privilegio de participar de la despedida de Diego Armando Maradona en 2001, en La Bombonera, junto a Luis Oliveto y Francisco Lamolina. Sin embargo, unos años antes había tenido un par de cruces en la etapa del 10 como DT: lo echó en un Mandiyú-San Lorenzo luego de un fuerte reclamo por una falta y en un Independiente-Racing, luego de que Pelusa le arrojara una botella de agua a un juez de línea en su intento por llamarle la atención.
Con Daniel Alberto Passarella fue más difícil. Bava invalidó el que podría haber sido el último gol del Kaiser en el fútbol argentino, justo en un superclásico: su tiro libre fue interrumpido por un pitazo del juez para sancionar un offside sin influencia de Jorge Higuaín.
River terminó ganando por penales tras el empate en los 90 minutos, de acuerdo con la reglamentación vigente en el torneo 88/89, pero Passarella nunca se lo perdonó. De yapa, Bava lo expulsó en su último partido como profesional.
El terror en Colombia
En sus 17 años como juez internacional, entre múltiples designaciones, le tocó ser juez de línea en un partido de Atlético Nacional de Medellín, en tiempos de Pablo Emilio Escobar Gaviria. Desde su llegada al país, sufrieron amenazas para que los colombianos le ganaran a Danubio. Los uruguayos, que habían empatado 0-0 en su país, la pasaron igualmente mal en la previa. “Si es necesario, el gol lo hago yo”, le dijo Bava al árbitro principal, su compatriota Carlos Alfonso Espósito.
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Nacional venció 6-0 y pasó a la final de la Copa, donde se consagró al cabo de una dramática definición por penales contra Olimpia. No hubo necesidad, aquella vez, de que Juan Antonio se transformara en goleador.