Su juramento hipocrático lo había comprometido a salvar vidas. Hizo más que eso. Como “capitán de sanidad honoris causa” en calidad de voluntario del ejército paraguayo durante la abominable -¡todas lo son!- Guerra del Chaco Boreal entre Paraguay y Bolivia, el doctor Carlos De Sanctis se embarcó en el vapor de la carrera Buenos Aires Asunción, actuando también como cronista gráfico y corresponsal.
¿Su objetivo, logrado con creces? Eternizar, en imágenes, las más desgarradoras escenas de la crueldad bélica, en la que la vida humana vale menos que la del más insignificante insecto.
¿Qué motivaría a este joven médico rosarino que se graduó en la Facultad de Medicina de Buenos Aires a los 25 años, que de regreso a su ciudad natal se relacionó con el grupo del doctor Artemio Zeno en el área de la cirugía, y llegó a ser jefe de la cátedra de clínica quirúrgica en la Facultad de Ciencias Médicas de Rosario, a tomar una cámara fotográfica y un bisturí, y embarcarse en semejante odisea?
Fue él mismo quien respondió a esta pregunta al cronista que se la formuló, ya con su carnet Nº 265 de “enviado especial” del Diario La Capital, a bordo del vapor Washington de la Compañía Argentina de Navegación del croata Nicolás Mihanovich: “hacer obra de paz, llevando a las conciencias el horror de la guerra”.
Y en esta misión de socorrer al caído en el campo de batalla, no dudó un momento en retratar, para despertar conciencia a todos cuantos pudieran verlos- cadáveres mutilados, cráneos destrozados, vísceras desparramadas en cuerpos heridos, miembros agusanados en pestilentes ciénagas con hedor a muerte.
De todas estas imágenes descriptas con su propia máquina de escribir, más muchos objetos personales que lo acompañaron, trata la muestra que puede verse, en la actualidad, en el Museo construido por el arquitecto Ángel Guido en lo que alguna vez fue la Estancia de los Tiscornia, y el intendente Luis Lamas Freyre convirtió en el Parque de la Independencia.
En efecto, todo ese tesoro patrimonial gráfico y material que custodió su familia tras su muerte, ocurrida en 1957, poco después de la inauguración del Monumento a la Bandera, una de las tantas iniciativas que lo tuvo entre sus más apasionados impulsores (imperdible la lectura del folleto escrito por él: el Monumento de la Patria a su Bandera, que reproduciremos en una próxima entrega), fue donado en 1991 al Museo Histórico Provincial que lleva el nombre de quien fue gran amigo de de Sanctis, el doctor Julio Marc, el mismo que lo nombró como secretario de la prestigiosa institución cultural y con quien también trabajó en la Comisión Nacional que gestionó la creación del símbolo que, desde 1957, nos identifica ante el mundo entero.
Fue muy amigo, también, entre otros, de dos imprescindibles de nuestra historia, y que tanto tuvieron que ver con los orígenes del Museo de la Ciudad, Wladimir Mikielievich y el lúcido y memorioso Jorge Tomasini Freyre.
Cinco años antes de emprender el viaje que le permitió captar con su lente y eternizar en fotografías los horrores de la guerra, Carlos de Sanctis había fundado e inaugurado la prestigiosa Institución Médica Quirúrgica de Especialidades, con consultorios externos y sanatorio anexo, a la que dio en llamar “San Martín”, no sólo por su proximidad a la plaza homónima, sino por la profunda admiración que sentía por la personalidad del “Padre de la Patria” y su gesta libertadora.
Esa misma admiración que lo llevó a ser el representante y más entusiasta impulsor de la filial Rosario del Instituto Nacional Sanmartiniano y el fundador del Club Hípico General San Martín, institución que le obsequió una placa de reconocimiento en la que se leía: “Con motivo de haber realizado el cruce de la cordillera de los Andes por primera vez en el país, con caballos de Rosario sin aclimatación, Mendoza, por la cumbre del Cristo Redentor (4.000 m), hasta Viña del Mar y Valparaíso, 427 kilómetros en 7 días”.
Porque, como bien puntualiza el programa de la exposición, “los museos son instituciones educativas y están habilitados para dar batalla” por la paz, el Marc, con una beca otorgada por la Fundación Ana Amoedo 2024, preparó para los visitantes las siguientes postas:
Crónica de la Guerra en el Chaco (1932 – 1933). Archivo gráfico y documental de Carlos de Sanctis, con textos de Paulina Scheitlin. Una guerra entre dos guerras, con grabados de Antonio Berni, Juan Berlingieri, Juan Carlos Castagnino, Lino Spilimbergo y Guillermo Facio Hebequer entre otros; esculturas de Guillermo y Godofredo Paino; textos de Silvia Dolinko y Guillermo Fantoni; investigación histórica de Gabriela Águila, Laura Luciani y Mariana Ponisio (cátedra de Historia de América III/Escuela de Historia, UNR) e infografía de Pablo Boffelli. Dibujar contra el descuido y el olvido, dibujos de Eurides Asque Modesto Gómez (Paraguay) y texto de Caro Urresti. Guerreros. Un homenaje a los excombatientes de la Guerra del Chaco, con instalación fotográfica y textos de Patricio Crooker (Bolivia). Adiós a las palomas, instalación de Laura Códega. Otra vez, esculturas de Federico Cantini. La Sed, dibujos de Maxi Rossini. Los deseos, instalación textil de Michele Siquot. La espera, texto de Roberto Amigo.
Hoy, 13 de agosto, es el aniversario del nacimiento de este gran médico cirujano, historiador, fotógrafo, cronista, amante incondicional de los símbolos nacionales y la Patria hecha a caballo, apasionado por la ciudad que lo vio nacer, Cuna de la Bandera y de la Escarapela. Recordarlo, el deber de todo buen ciudadano que sepa reconocer a quienes mucho hicieron por la Ciudad en la que vivimos porque, sin dudas, como señala el título de la imperdible muestra: “¡La guerra -toda guerra, incluida la cultural- es una gran porquería!” que no nos puede ni debe dejar impávidos ni insensibles ante su violenta y macabra existencia.
Vaya como regalo adicional, un retrato del doctor Carlos de Sanctis, pintado al óleo por Enrique McGrech.