Sin dudas que somos producto del encuentro, o del encontronazo, depende quien escriba la historia. Hay algunos investigadores que sostienen que -¡en los milenios finales de la Edad de Piedra!- hubo tribus a las que se les ocurrió desembarcar en esta zona que habitamos y nos habita cuando arribaron con sus canoas después de largas travesías marítimas y fluviales, desde la Patagonia.
El tema es que acá, tal parece, ya le habían ganado, “por primera” como en el truco, otras tribus de indígenas provenientes del Amazonas. Y claro, ¡el Paraná (“Pariente del Mar”) nace en el corazón de Brasil y recorre alrededor de 700 kilómetros de riberas santafesinas. ¡Vaya un cauce para hacer “turismo”!
La mezcla del intenso frío de los patagones con el agobiante calor de los amazónicos determinó el germen de los aborígenes (ab significa “desde”, el origen), que anduvieron por aquí “escribiendo” la pre-historia, un “poquito” antes de “los 300” que estamos celebrando, apenas unos 6.000 añitos…
Eso no significa que seamos unos tibios, por favor, ¡que no se malinterprete! Sino que somos el punto justo del encuentro y la armonía, aunque la convivencia entre muchos de ellos tampoco fuera muy armónica que digamos y menos aún con los carapálidas que venían allende los mares y tenían armas que escupían fuego.
Siempre decimos que tenemos que estar atentos a los mensajes y no hay duda que la Providencia se encarga de ello, como “para hacer dulce”. Nos llamamos Rosario porque ese el nombre de la advocación de la Virgen María que se honró espiritualmente desde lo más remoto de su historia, aun cuando originalmente, el primer Oratorio erigido en la zona del Saladillo por don Luis Romero de Pineda, que fue quien recibió estas tierras en merced por los servicios prestados, fue levantado en honor a la Virgen de la Inmaculada Concepción.
Llamativo, cuanto menos, ¿verdad? No tuvimos fundador, ni fecha de fundación, y también nos privaron de “la concepción”.
Los arquitectos dicen que esta ciudad fue construida sobre un “mamelón”, colina baja en forma de pezón. Incluso, si se fijan bien, hasta el diseño de su mapa pareciera representar un pecho femenino cortado en forma transversal cuyo vértice es, justamente, la zona de El Mangrullo, ergo, el Saladillo, donde empezó toda la historia allá por 1689.
¡Sin dudas que Rosario es una ciudad con buena leche por donde se la mire!
Por nombre Rosario, por apellido, de Santa Fe. Hoy conmemoramos su día. Contrariamente a lo que la mayoría presume, no hay un error de efemérides.
Desde la primaria que nos enseñan que el Día de Santa Fe, y por lo cual es asueto provincial y los agentes estatales tienen franco (malas noticias: ¡este año cae en sábado! ¿Lo correrán para dar otro asueto, desvirtuando una vez más así la fecha como se hace con tantas otras sembrando confusión y desdibujando la historia?), es el 15 de noviembre.
Esto lo impuso el calendario oficial y escolar para recordar aquel de 1573 cuando, por orden del hidalgo, militar y explorador español Martín Suárez de Toledo y Saavedra, Juan de Garay fundó la ciudad capital con el nombre de Santa Fe de la Vera Cruz, apocopada con el tiempo, al igual que se hizo con la Capilla del Santísimo Rosario del Pago de los Arroyos, designada en 1823 Ilustre y Fiel Villa del Rosario, devenida luego Ciudad Rosario de Santa Fe en 1852 y por último, como se la nombra, Rosario a secas, como si fuéramos la única que hay en el país.
Claro que aquella Santa Fe de la Vera Cruz nada tiene que ver con la actual Santa Fe que está situada 82 kilómetros más al sur que la original, que pasó a denominarse Cayastá (“pueblo coya que se muda”) o también Santa Fe, la Vieja.
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Acordamos con El Eternauta, puesto de moda otra vez casi 70 años después de su creación en historietas, habiendo recorrido el camino de la literatura y arribado finalmente al mundo de la cinematografía, aunque en formato de serie para un poderoso y costoso servicio de streaming, sobre aquello que afirma “lo viejo funciona”. Y como también allí, en esa serie, se dio peso a la frase del Papa Francisco, “nadie se salva solo”, compartimos la data obtenida en las distintas fuentes en las que abrevamos.
La curiosidad de nuestro espíritu nos fue llevando por distintos caminos en la investigación histórico periodística para realizar la nota del día y nos encontramos con la novedad que hoy se celebra Santa Fe. Una novedad que en realidad no es tal, porque viene ocurriendo desde que el hecho tuvo lugar en el año 303 D.C. cuando asesinaron a una niña de 12 años por profesar la religión católica.
He aquí una “pintura literaria” de su historia, tomada de un texto publicado en internet, en el sitio Religión y Libertad:
“Daciano: Di tu nombre y si profesas la nueva religión.
Fe: Me llamo Fe, y la religión que profeso es la de Jesucristo, al que sirvo desde mi infancia, y a quien confieso ahora por Dios verdadero con toda la veneración que me es posible.
Daciano: Escucha mi consejo, noble virgen, para que puedas conservar la extraordinaria hermosura de tu juventud: deja la nueva religión de un hombre que fue crucificado por sus delitos, y sacrifica a Diana, que es la diosa protectora de tu sexo. Si lo haces yo te enriqueceré con grandes bienes.
Fe: Sé muy bien que todos los dioses son demonios; y sin embargo ¿quieres que les ofrezca sacrificio?
Daciano: ¿Cómo te atreves a decir que son demonios nuestros dioses? ¡O les ofreces sacrificios o disponte a padecer grandes tormentos!”
Y así fue como Fe será torturada y sacrificada junto a su hermana Alberta, Feliciano, Primo y hasta el obispo San Capriano, por indicación del precónsul romano que gobernaba Aquitania.
La pusieron desnuda sobre una parrilla de bronce sobre ardientes brasas (igual que a San Lorenzo). La historia dice que Capriano pidió a Dios una prueba de la virtud de la niña, y una paloma dejó caer un rocío celestial sobre Fe que le impedía sentir dolor e incluso morir, por lo cual se ordenó a los verdugos le arrojaran aceite hirviendo, la azotaran con incontables latigazos, hasta finalmente decidir decapitarla, pero antes, igual que a Santa Águeda o Agata, le arrancaron los pechos con unas tenazas. Un fragmento de una representación medieval muestra cómo se inició su calvario utilizado un atizador al rojo vivo. Esto la convirtió en mártir primero, y en santa después.
Abandonados los restos de los mártires en el lugar, hubo piadosos que le dieron cristiana sepultura, luego se la exhuma en una iglesia extramuros donde se hicieron famosos sus milagros, reuniendo a miles de peregrinos. Pero no termina allí el suplicio de Santa Fe, pasados cientos de años sus reliquias fueron robadas, y llevadas a la abadía de Conques, donde se le consagró una estatua de madera recubierta en láminas de oro, con ojos esmaltados en blanco y las pupilas azules, que semejaban a los suyos, de angelical belleza, que aún se conserva.
Ahora bien, fuimos, somos, y siempre seremos Rosario de Santa Fe.
Y si bien, como la mayoría, atribuimos el nombre a la santidad de la fuerza de la fe, Fe era la hija adolescente de un patricio de Agen, perteneciente a una rica familia galo romana.
Fe (Foy en francés) fue una de las primeras víctimas de la persecución de Francia contra los cristianos y quién, justamente, inspiró a la muchedumbre que, conmovida al ser testigo de tantos suplicios, se convirtió a la religión católica.
Existe un documento, la Canción de Santa Fe, que es el más antiguo que se conserva en lengua occitana y narrra la pasión y milagros de la Santa que se convirtió en el símbolo de la reconquista cristiana y de la que heredamos su nombre.
¿Lo sabías? ¡Congratulaciones! ¿No lo sabías? Contáselo a alguien más.
Y ahora un ¡bonus track más telúrico!
Este 6 de octubre recuerda aquel día en el que, en 1958, se inauguró el bar de la Galería Dominicis, allí mismo donde en su segundo piso nació y se crió el hijo de Rosita y Berto Fontanarrosa, el Negro Roberto Alfredo. ¡Qué lo parió!
Muchos años atrás de este 2025, en realidad, cien para ser exactos, una multitud de curiosos se agolpaban por la “Internacional” Corrientes para ver pasar a la figura más importante que cruzaría en ese momento por allí y que había venido a presidir el acto por el Bicentenario de Rosario, el presidente Máximo Marcelo Torcuato de Alvear junto a su vicepresidente, el rosarino Elpidio González, quien fue su compañero de andanzas y estudios en el Nacional Nº 1, de 9 de Julio y Necochea -desde donde también surgió el Normal Nº 1-, constituyendo la primera y única fórmula presidencial conformada por dos jóvenes estudiantes que cursaron el secundario en el mismo establecimiento educativo.