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    Rosario Sin Secretos: de la cuna a la tumba, una historia que “retumba”

    julio 9, 2025
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    Alguien escribió alguna vez que nacer… es un lento camino hacia la muerte y otro dijo que, si hay algo seguro en la vida, es que… ¡no vamos a salir vivos de ella!
    No está muerto quien pelea, pero tampoco quien honra a cada paso la vida y descubre, cada día, el milagro cotidiano de disfrutar de los sentidos de los que hemos sido dotados al nacer.
    Y como siempre es más agradable “ir” al cementerio que “que te lleven”, fuimos a recorrer uno de ellos, El Salvador, justo el día de su cumpleaños. Queríamos reforzar con documentación los datos que teníamos de quienes “lo estrenaron” en 1856 pero un cartelito nos frenó el intento. Será para una próxima entrega…

    Aún así, su director, el arquitecto Fernando Fagoada, nos atendió amablemente y adelantó muy buenas noticias que en breve anunciará en el streaming De la A a la Z, un “Rosario” de Emociones, que compartimos por el canal de Youtube de Conclusión.
    La historia vernácula nos tira muchas pistas para conocer y difundir nuestros orígenes. ¿Preparados?, ¿listos?, ¡ya!
    Después de recorrer varias locaciones urbanas, muchos de los cuerpos físicos de quienes nos precedieron en el tiempo, fueron delineando un extraño itinerario en una ciudad que creció sin prisa y sin pausa, y se fueron alejando a medida que la urbe se iba expandiendo.
    Cuando estos territorios eran poblados apenas por un puñado de españoles y calchaquíes y apareció la necesidad de dar cristiana sepultura a sus muertos, el primero de los cementerios se ubicó aledaño a la primitiva capilla de adobe y paja, en la zona que hoy ocupa el pasaje Juramento que une la calle Buenos Aires, la del Camino Real, con la colosal obra del Monumento a la Bandera (en estos tiempos cercada por varios lados debido a los trabajos de mantenimiento que se están realizado en el casco histórico).

    Allí iban a parar los de menor estrato social, ya que los lugareños más encumbrados, tenían “plazas” reservadas en las mismísimas instalaciones de la iglesia matriz, circunstancia que se repitió en las distintas etapas de construcción de la Catedral Metropolitana, por estos tiempos, con un novedoso cinerario para quienes optan por la “moderna” cremación.
    Allá por el año 1992, cuando se realizaron las excavaciones para la apertura del Pasaje Juramento, se encontraron algunos vestigios de aquel camposanto en el que estuvieron los primeros moradores de la aldea, pese a que, en 1810, ya se había decidido su clausura y traslado a una zona “más alejada” por cuestiones de estricta higiene y salubridad.
    Esa “lontananza” la ocupa hoy el terreno donde se encuentran, en parte, el Distrito Municipal Centro y la Isla de los Inventos. Anteriormente, fue asiento de la estación Rosario Central, vías y andenes del fabuloso sistema de transporte diseñado por Alan Campbell, y ejecutado por William (Guillermo, para nosotros) Wheelwright, en la época en la que Campbell ocupaba la casa ubicada en la esquina de Santa Fe y Laprida (en ese entonces llamada Comercio).
    Y ya que andamos por el casco céntrico, viene bien recordar que allí también vivió el autor del escudo rosarino, Eudoro Carrasco, y nació su hijo Gabriel, el intendente que estableció, en 1894, la hora oficial en todo el territorio argentino; le dio su nombre, sin ser médico, al hospital que nació como «Casa de Aislamiento» para asistir a enfermos de tuberculosis, peste bubónica, viruela, difteria y lepra, también “bien lejos” de las personas sanas. Hoy se encuentra sobre el bulevar Avellaneda, en el populosísimo barrio Echesortu.
    También con su nombre bautizaron el salón principal de reuniones de la intendencia que hoy ocupa el abogado Pablo Javkin y nos enteramos, ¡oh, sorpresa!, que alguna vez se llamó así el cementerio El Salvador.

    No estaremos en “Gran Hermano” pero es bueno saber que Eudoro Carrasco fue el primer socio capitalista de Ovidio Lagos, antes que apareciera el apoyo político del entrerriano Justo José de Urquiza cuando se defendía y proponía a, la ya declarada Ciudad de Rosario, como “capital” del país. Tres veces fue logrado por el impecable trabajo de varios legisladores nacionales y otras tantas vetado por las presidencias de Mitre y Sarmiento.
    Fue esta, y no otra, la elección del nombre elegido desde el principio para el nuevo órgano de prensa fundado en 1867, como para que no quedara ninguna duda acerca de su objetivo.
    ¿Por qué, primer socio capitalista? Porque puso su imprenta de calle Puerto (hoy San Martín) a disposición de su amigo y colega tipógrafo porteño para lanzar el Nº 1, Año 1 del decano de la Prensa Argentina, incluso su nombre aparece en los primeros números de La Capital junto al de Ovidio Lagos, para luego desaparecer.

    Al comenzar los trabajos que iban a dar vida a “las venas férreas” que en otros tiempos nos comunicaban con todo el país, llegando a salir de nuestras estaciones alrededor de cien trenes por día, los restos óseos de los pioneros volvieron a realizar un periplo que los trasladó, otra vez, ¡“a las afueras del pueblo”! ¿Qué lugar de la periferia era ese? ¡Ovidio Lagos y Pellegrini!
    Los huesos cambiaron de locación pero seguían vinculados a los rieles, ya que en ese tiempo corría por el cantero central del bulevar Argentino, que luego se convirtió en avenida Pellegrini, frente al cementerio, el Ferrocarril Oeste Santafesino que unía Casilda (por entonces, La Candelaria) con la estación ferroviaria emplazada en el Parque Urquiza, alguna vez llamado, “Parque De la Ancianidad”.
    Una vez allí, iba a desembocar en el Túnel que comunicaba las cargas con el río Paraná y cuya boca, con el tiempo, tapó la colosal obra de Lucio Fontana, “El Sembrador”.
    Fue justamente desde allí donde se realizó el primer embarque de exportación de trigo de Sudamérica cosechado en los campos de Carlitos Casado del Alisal, el acaudalado hacendado que vemos inmortalizado en bronce por Eduardo Barnes desde 1970 en la esquina rosarina de Santa Fe y San Martín.
    Casado del Alisal, yerno de Marcos Sastre, fue el fundador de Colonia Candelaria, la actual Casilda, y fue el primer presidente del Banco de la provincia de Santa Fe creado por el gobernador Servando Bayo, que casi le cuesta a la ciudad ser bombardeada por “consejo del asesor de la Corona Británica y al mismo tiempo legislador argentino, Manuel Quintana. Este funcionario era funcional a intereses foráneos y aun siendo elegido para redactar las leyes de soberanía nacional, prefería proteger los intereses del Banco de Londres aquí instalado. ¡Treinta años después, llegó a ser presidente de los argentinos! En todos lados y todos los tiempos se cuecen habas, diría Rosa Río.
    Sin embargo, en Rosario, una calle en el sur lleva su nombre. Sería interesante cambiarlo por el de Bernardo de Irigoyen, que fue quien paró la locura del bombardeo -ya las cañoneras estaban surtas en el puerto de Rosario- en una suerte de reivindicación histórica, ¿verdad?
    Carlos Casado del Alisal, lo supimos por una cautivante conversación mantenida con el veterinario Hugo Torres que estuvo mucho tiempo en la zona de Villada y Casilda, fue también quien financió uno de los sueños de Julio Verne. De la mente brillante y las manos ingeniosas del teniente de navío Isaac Peral y Caballero, a quién la historia le está debiendo un reconocimiento que la vida le negó, salió el primer submarino totalmente eléctrico del mundo para la Armada Española, equipado con torpedos.

    El proyecto no prosperó pero en la actualidad se exhibe y luce su prototipo en el Museo Naval de Cartagena, España, su ciudad natal, como una auténtica reivindicación histórica al científico.
    Volviendo al cementerio El Salvador, que ayer conmemoró su 169º aniversario, fue el arquitecto alemán Oswal Menzel quien diseñó su fachada de estilo neoclásico (foto de portada) mientras que en su interior, se levanta un verdadero Museo a Cielo Abierto, con colosales panteones y monumentales obras de arte estatuarias en cuya belleza y diseño competían, hasta en su última morada, todos aquellos hombres y mujeres que hicieron de ésta, la nuestra, una gran ciudad.
    Ahora bien, si tenemos que ir al origen primigenio, debemos saber que el primer entierro registrado en la capilla de Nuestra Señora del Santísimo Rosario del Pago de los Arroyos tuvo lugar en la zona del Saladillo, allí donde algunos decían que “el diablo perdió el poncho” pero, en realidad, ocurrió todo lo contrario.
    Porque fue la piadosa hija de don Luis Romero de Pineda, aquel capitán que ayudó a trasladar de Cayastá (“pueblo coya que se muda”) o Santa Fe, La Vieja, a Santa Fe de la Vera Cruz, Juana Romero de Pineda y Álvarez de la Vega quien, ya casada y viuda de Juan Gómez Recio, tomó un hábito bendecido que tenía de la Virgen del Carmen y envolvió, a modo de mortaja, el cuerpo exánime del capitán jujeño José de Beláustegui, para ser velado en una habitación contigua de su estancia.
    Posiblemente haya sido en el Oratorio de la Concepción que habían hecho levantar para que la familia pudiera profesar devotamente su profunda fe católica.

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    A Romero de Pineda, por los servicios prestados a su Real Majestad y a los feudos de la Corona, se le había otorgado en pago, allá por 1689, una amplia merced que iba desde el arroyo Salinas (hoy, Ludueña) hasta el paraje La Matanza (hoy, arroyo Pavón) y su estancia, ubicada en el Saladillo, era paso obligado de viajeros y comerciantes que recorrían el antiguo virreinato del Perú.
    Beláustegui, había sufrido un accidente mortal cuando, regresando de Buenos Aires, iba al frente de una larga tropa de carretas con destino a Tucumán, con mercadería propia y de terceros, entre ellos, de don Ambrosio Gil Negrete, quien vino en persona hasta estas tierras al enterarse del fatal suceso para ponerse al frente de la formación y así recuperar sus pertenencias.
    Ocurrió en diciembre de 1702 y quien sería el primer párroco de la aldea, Ambrosio de Alzugaray, hijo de la séptima (de diez), que dio a luz Juana, Bartholina, aún no había cumplido los tres añitos de edad. Por lo tanto, no había cura que estuviera en condiciones de darle la extremaunción al vasco malogrado.
    El manto bendecido y el ataúd que una piadosa y valiente mujer mandó construir y pagó a un carpintero en los albores de lo que aún ni siquiera era Rosario, sino el oratorio de la Inmaculada Concepción del pago de los Arroyos, se convertía ya en un importante signo de fe. Allí, en el Saladillo, recibía cristiana sepultura el primer muerto por un accidente ocurrido 323 años atrás.
    Una historia más que “retumba” desde el silencio en este Tricentenario que ya lleva 336 años de historias, con un “bonus track” etimológico: el apellido Belaustegui proviene del euskera y significa “lugar de cuervos”.
    Mientras algunas culturas relacionan esta ave con la muerte o la oscuridad, otras lo hacen con la sabiduría y la relación con el mundo del espíritu. Su apariencia enigmática contribuye, sin ninguna duda, a dar al cuervo un simbolismo desconocido y oculto. No obstante, algunas tradiciones lo ven como un signo de transformación y adaptación, y ciertas culturas nativas americanas ven en él un guía espiritual, mensajero entre el mundo de los vivos y los muertos.
    Después de San Fermín, ¿habrá querido el vasco Belaustegui decirnos, en 1702, que nunca debemos perder la fe y la esperanza en un mañana mejor y que sólo muere lo que se olvida?
     

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