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    Rosario Sin Secretos: una ciudad sin fe, es como un cuerpo sin alma

    junio 18, 2025
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    Muchos insisten en que Rosario no tiene fundador ni fecha de fundación. Pero, ¿es acaso posible soslayar su creación Providencial y Divina. Dice un spot publicitario que “se hizo sola”. Nada más lejos de la realidad que esa frase. La hicieron, la hacemos, cada día, hombres y mujeres de fe y con fe en ella.
    Porque ¿qué, si no la fe, la esperanza en un mundo mejor, es lo que nos mantiene firmes y fuertes en la construcción de redes que nos unan y nos sostengan? No las redes virtuales que exacerban el individualismo y manifiestan lo efímero, tan de moda últimamente, sino las reales, las virtuosas, aquellas que propician el encuentro para disfrutar con los cinco sentidos con los que Dios, sea cual fuere el nombre que reciba según cada cultura, nos ha dado, desde que protagonizamos el milagro cotidiano de nacer.
    En la fotografía del cuadro de la portada de esta nota está expresado con claridad meridiana: Año 1725. La Santísima Virgen del Rosario toma posesión del pago que hoy, populosa ciudad, lleva su bendito nombre, y esta Sagrada Imagen se venera sobre este mismo suelo desde cuando el pueblito del Rosario sólo contaba aproximadamente con unos doscientos cincuenta habitantes.
    Hoy, 300 años después, tenemos la misión y visión de convertirnos en peregrinos de una esperanza activa que nos mueva y conmueva hasta el tuétano, mostrando y demostrando nuestra Humanidad, que no necesita de Inteligencia Artificial para existir y expresarse.

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    En acción, en movimiento, en palabra, en Verbo.
    Es probable que Rosario esté «floja de papeles», porque no hay documentación que acredite esa instancia oficial de la fundación o la decisión taxativa de hacerlo de la Corona Española, de la que dependíamos entonces.
    No es de extrañar.
    En los orígenes, el peso político, militar y eclesiástico, recaía y asentaba «sus reales» en la Santísima Trinidad de Nuestra Señora de los Buenos Ayres y en, la por entonces ciudad patricia, Santa Fe de la Vera Cruz.

     
    Durante muchos años esta ciudad estuvo “ninguneada” por las esferas nacionales de poder. Al punto, incluso, que el Monumento a la Bandera (soñado por el ingeniero y topógrafo genovés Nicolás Grondona, el mismo que diseñó en 1858 la primera planificación gráfica urbana que se conoce después del humilde plano de Timoteo Guillón, sobre la base del primer urbanizador, el santiagueño don Luis Montenegro cuando donó los terrenos para la concreción del trazado de lo que hoy es el caso histórico), inaugurado en 1957 por obra de los arquitectos Alejandro Bustillo y Ángel Guido, los escultores Alfredo Bigatti, José Fioravanti y Eduardo Barnes -sin sus presencias en el palco oficial presidido por Aramburu y Rojas-, fuera declarado Histórico y Nacional ¡recién en 1989! Y sólo luego de una nota periodística que resumió la voz de todo Rosario titulando con esta pregunta en letras “catástrofe”-que así se llamaba en imprenta a la tipografía más grande que hubiera disponible-: “¿Qué hacen nuestros diputados nacionales mientras el Altar de la Patria se derrumba?”.

    “(…) en varios vecinos de esta ciudad ha surgido la idea de levantar dos monumentos conmemorativos en los puntos donde se enarboló por primera vez el glorioso pabellón argentino”, había escrito Nicolás Grondona en su propuesta.
    Llegó a construir el primero en la isla El Espinillo, que se llevó la corriente del Paraná en una descomunal crecida del río, y casi cien años después emergería la nave “Invicta” que aún espera “surcar los mares de la Eternidad” ¡con una fuente de agua muerta, rota y apagada desde hace muchos años!
    El Monumento, sitio de encuentro icónico de tristezas y alegrías rosarinas, se realizó por suscripción popular, igual que muchísimas obras que quedaron de 1925 cuando se celebró el Bicentenario de Rosario y “se tiró la casa por la ventana” no sólo con espectáculos artísticos de toda índole sino con importantes obras que constituyeron un valioso legado para la ciudad, mucho más allá de las esperables y cotidianas de la administración municipal.

     
    Sin embargo, el inefable Wladimir Mikilievich -un empleado municipal que, sin ser historiador académico, hizo honor a su función de auténtico servidor público, hurgando, investigando y compartiendo conocimientos– descubrió nada menos que en el Archivo de Indias, de Sevilla, mucha data, de la cual buena parte todavía se mantiene inédita y a buen resguardo en el Museo de la Ciudad que lleva su nombre.
    Por años, más de cien, los distintos historiadores se mantuvieron de un lado o del otro acerca de lo que dieron en llamar «el mito Godoy». ¡Si hasta desapareció su avenida en la nomenclatura oficial, aun cuando la gente la sigue llamando así porque nunca pierde la fe en que alguna vez se pongan en valor nuestros orígenes!
    Por eso, maravillosa, incomprensible a veces al intelecto humano, la fe obra milagros atribuibles sólo a algo inconmensurablemente superior.
    Creer es una fuerza arrolladora que arrastra todas las inercias. Creer en algo, creer en alguien, es inherente al ser humano, y hasta necesario para su supervivencia.
    Aún los ateos se mantienen firmes en su creencia de no creer, ¡y creen en ella!
    Una buena parte de la Humanidad, y también en esta Rosario que está celebrando un Tricentenario de 336 años, sigue fiel a más de 2.000 años de historia.
    Algunos con revisionismos, otros con estilo carismático, la cuestión es que la fe mueve montañas… de personas.
    ¿Qué, si no la fe en una Patria libre, justa y soberana, fue la que movió a Belgrano a legarnos Bandera y a hacernos su Cuna? Lo primero que hizo al llegar al Rosario después de presentar sus tropas en la plaza Mayor, hoy 25 de Mayo, fue cruzarse a la capilla de adobe y paja e hincarse ante la imagen que hoy podemos ver en el Camarín de la Virgen inaugurado cien años atrás, custodiando la imagen que llegó en 1773 desde Cádiz, España.

    ¡Basta leer algunas hojas de su recuperado Diario de Marcha, reimpreso por la Asociación Empleados de Comercio, para conocer su fuerte espíritu mariano!
    Llevaba junto a los pertrechos y elementos para nuestra libertad e independencia, una Capillita portátil y cada día rezaba el Santo Rosario junto a los soldados y oficiales de su tropa, amén de escribir diariamente el nombre del Santo del día así como un propósito que mostraba sus valores cristianos y hasta la localidad a la que llegaba o hacia dónde se dirigían sus pasos y sus sueños.
    A las pruebas nos remitimos: 24 de enero de 1812, San Martín (de Porres, aún no se había abrazado con José Francisco aun cuando este prócer fue llamado El Santo de la Espada) y Buenos Ayres, Constancia; San Pedro, Ensenada, Empeño; Santo Domingo, Soriano, Celo; San Antonio, Candelaria, Valor; San Joaquín, Luján, Espíritu; San Gregorio, Rosario, Vigilancia; San José, Salto, Victoria; San Benito, Arrecifes, Adelante; San Juan, Jujuy, Atención; Santo Domingo, Quilmes, Energía; San Patricio, Buenos Ayres, Libertad; San Liberto, El Alto, Unión; San Vicente, Quilmes, Fraternidad; Santa Catalina, Retiro, Concordia.
    Con-cordia, todo escrito con el corazón puesto en su infinita e inconmensurable fe.
    ¿Qué, si no esa misma fe, inspiró a San Martín a cruzar los Andes en las más incómodas condiciones, para la liberación de la Patria Grande que soñó junto a Bolívar?
    ¿Qué, si no la fe y el amor a la Patria, llevó a morir un día como hoy, en 1821, a los 36 años, emboscado en una deleznable traición, a Martín Miguel Juan de la Mata Güemes?

    ¿Qué, si no la fe, le dio fuerzas a Guadalupe Cuenca para seguir escribiéndole cartas a su amado esposo Mariano Moreno, aún después de haber recibido el fúnebre presente anunciando su viudez?
    Y aquí y ahora, ¿qué, si no la fe, en la Protección Divina es la que nos da la fuerza y la esperanza para seguir creciendo como comunidad en una común unidad?
    Duelen las estadísticas que leemos ante la deserción del ejercicio ciudadano de votar en democracia y nos quejamos a menudo cuando aquellos a los que dimos nuestro «voto de confianza» (con fianza, con fe) no cumplen con su promesa o su palabra.
    Aun así, los rosarinos no debemos perder la fe en la ciudad, en la región, en el país, en el continente, en el mundo. Y trabajar por ello, con confianza y sin temor, como se viene haciendo desde hace más de 300 años. ¡Así sea!
     

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