Foto portada: Sancti Spiritu
Casi 500 años atrás hubo alguien -Gaboto para algunos, Caboto para otros- que se detuvo muy cerquita de lo que alguna vez, con el tiempo, iba a ser la matriz del Pago de los Arroyos y, en tiempos de Pentecostés, fundó el primer asentamiento español en el Río de la Plata y en América del Sur, Sancti Spíritu.
Duró muy poco, apenas dos años, y cuenta la leyenda que fue un lío de arcabuces, lanzas, polleras y taparrabos, lo que precipitó su desaparición. Si bien el destino de la Corona en aquella expedición era otro, estaba previsto que llegara a las islas Molucas, hoy parte de Indonesia, en la búsqueda las especias, el veneciano Sebastián Gaboto, rumbeó para estos lares, tentado por encontrar metales preciosos en América.
Los funcionarios que participaron del acto oficial en Puerto Gaboto conmemorando la fecha -que sirvió de base para que la provincia instituyera cada 9 de junio como el Día de los Municipios, Comunas y Pueblos de Santa Fe en coincidencia con la refundación del pueblo en 1927-, enfatizaran en sus gacetillas que “trescientos hombres (Wladimir Mikilievich en su diccionario inédito asegura que eran 200, tal vez la inflación alcanzó hasta a la historia), llegaron y eligieron este río, que en aquel entonces era como nuestras grandes autopistas, porque por el río circulaban personas, mercaderías, ideas, y se conectaban pueblos. Pero lo más importante es que aquellos españoles entendieron que la convivencia y el diálogo con los pueblos originarios eran el camino. Vinieron como colonizadores, pero también pudieron convivir”.
No lo deben haber entendido así ninguno de los protagonistas de aquella historia fundacional que no llegaron a escuchar, y jamás lo entenderían, a Maluma cuando promocionaba, varios siglos después, la pegadiza y temeraria canción “Felices los cuatro”.
En su obra “La Argentina manuscrita” cuando aún ni siquiera soñaba con llamarse así esta zona que pertenecía al Virreynato del Perú, Ruy Díaz de Guzmán de Irala, el primer escritor criollo asunceno nacido en la gobernación del Río de la Plata y del Paraguay y a quien se considera el primer mestizo de ascendencia hispano guaraní que registró la historia de la región del Plata, contaba que la andaluza Lucía Miranda se había embarcado con su amado esposo, el soldado e hidalgo caballero Sebastián Hurtado, huyendo de la prohibición de sus padres de ese romance, en la nave expedicionaria que capitaneaba su tocayo, Sebastián Gaboto o Caboto, según la fuente.
Al desembarcar en América para fundar lo que hoy es Puerto Gaboto (que no es más puerto porque fue totalmente desmantelado y dejado en ruinas), vivían en estas tierras dos caciques de la tribu de los timbúes, los hermanos Siripo y Mangoré. Este último se enamora de la mujer blanca, pero ella lo rechaza, hasta que un aciago día de 1529 los aborígenes destruyen el fuerte, matan a sus ocupantes, le perdonan la vida a los niños y a seis mujeres. Una de ellas es Lucía Miranda, a quien raptan.
La tragedia no termina allí porque Siripo, también enamorado de Lucía, repitiendo la historia bíblica de Caín y Abel, mata a su hermano y se queda con la española. Aunque algunas versiones dicen que murió en la pelea con los pocos que habían quedado a defender el fuerte.
Al volver al fortín, cuando Hurtado descubre la atroz situación va en busca de su amada, aun cuando sus compañeros de barco abandonan el lugar y deciden volverse a España. De los 200 sólo llegan 22 a Sevilla el 22 de julio de 1530.
Es fácil deducir que cuando el natural de Écija, el municipio español de la provincia sevillana de Andalucía, se encontró con la tribu, lo aprisionan y casi lo matan, hasta que intercedió Lucía ante Siripo y le perdonaron la vida, con la condición de que no se acercara a su amada, y le otorga una nueva esposa.
Pero el amor es más fuerte, diría Ulises Butrón en la canción que popularizó Tanguito, y cuando los descubrieron en pleno amor conyugal -por la murmuración de la primera esposa de Siripo, totalmente despechada por haber sido abandonada-, Sebastián fue muerto a mazazos, hay autores que afirman que fue lanceado, y Lucía colgada de un árbol y quemada viva, lo mismo que Juana de Arco.
Cuando el abogado, docente, dramaturgo y periodista, precursor de la Revolución de Mayo, Manuel José de Lavardén, hijo de Juan Manuel -el abogado nacido en Charcas, asesor de los virreyes Pedro de Ceballos y Juan José de Vertiz, y uno de los principales promotores de la expulsión de los jesuitas-, escribió en 1801 la primera obra teatral aparecida en el Río de la Plata, “Siripo”, contando la historia nacida tan cerquita del Rosario, lo eternizó en el imaginario popular argentino.
Acá, la Sala de Teatro, ahora Plataforma Lavardén, instalada en la majestuosa esquina de Libertad (hoy Sarmiento) y Mendoza, nos remite al autor de la primera obra teatral. También la evocación del edificio nos recuerda su origen. El gran hotel de la Federación Agraria, que debió enajenar por deudas, construido especialmente para “recibir a los chacareros del interior y que encuentren en el lugar un sitio seguro y protegido en el cual guarecerse de la voraz ambición de los abogados que pretenden quedarse con nuestras tierras”, según rezaba una antigua publicidad de la época.
Posiblemente a esos inmigrantes y colonizadores es a quien se refirió en el acto oficial el gobernador cuando puntualizó, haciendo un triple salto mortal de cuatro centurias que “siglos después, nuevas corrientes inmigratorias trajeron conocimientos, oficios y cultura desde distintos países europeos. Esa diversidad fortaleció el desarrollo de muchísimas localidades de nuestra provincia y hoy convierte a Santa Fe en el motor productivo de la Argentina. Por eso, les pido que sigamos trabajando en unidad, y que entendamos que el diálogo es la única manera de crecer y desarrollarnos. Mostrémosle al país que nuestra historia construye identidad, y que esa identidad proyecta el futuro”.
En esa identidad de hace casi 500 años estuvieron, en el origen de esta provincia de Santa Fe, los timbúes, corondas, guaraníes, tobas, quiloazas, abipones, mocoretás, pilagás, guaycurúes, mocovíes y querandíes, tribus nómades que vivían de la caza, la pesca y la recolección de frutos.
Destruído Sancti Spíritu, en 1529, Juan de Ayolas también en junio, pero de 1536, fundó en un lugar cercano a sus ruinas, el fuerte Corpus Christi, que sólo sobrevivió dos años y medio más.
La tercera, pero no la vencida, fue la fundación de la ciudad capital, el 15 de noviembre de 1573, por el primer teniente de gobernador de Santa Fe, Juan de Garay. Esta, al poco tiempo tuvo que trasladarse por la mala elección del lugar debido a las importantes y constantes inundaciones y desmoronamientos de la zona costera a orillas del actual río San Javier.
Atrás quedaba Cayastá (“Pueblo coya que se muda”) y surgiría a la vida Santa Fe, esta vez, con el agregado que volvió a perder con el tiempo, de la Vera Cruz.
Hoy son 19 departamentos y 365 localidades entre ciudades y comunas que integran la “bota” santafesina y que, un día como hoy, deberíamos estar todos celebrando el Día de los Municipios, Comunas y Pueblos de Santa Fe.
Atrás quedaron el puerto de ultramar, la curtiembre y el saladero que fueron los principios de Puerto Gaboto recién en 1891 cuando se realizó el trazado oficial; la escuela normal que fundó Sarmiento y el ferrocarril que llegaba desde Maciel, pero es bueno recordar que allí comenzó la historia hispanoamericana, cuando los expedicionarios empezaron a pensar en poblar esta continente y se produjeron los primeros mestizajes que marcaron nuestros orígenes.