Ya lo establecía, por decreto, Estanislao López, en 1819, cuando nuestra provincia era uno de los pueblos federados a la Liga de los Pueblos Libres de José Gervasio Artigas: “El primer derecho y deber del pueblo es elegir un Caudillo”.
¡Justo el 31!, como dice el tango, hace exactamente 113 años atrás, fuimos los primeros del país en poner en práctica la ley nacional Nº 8.871 que establecía que los varones que tuvieran entre 18 (a pesar que, por entonces, la mayoría de edad se cumplía a los 22) y 70 años.
Acá sería oportuno señalar que, así como se adelantó la edad para que a partir de los 16 años se pudiera votar, sería interesante y fructífero extenderla, habida cuenta de la existencia de dos factores fundamentales: la mayor expectativa de vida alcanzada y que Argentina tiene casi 8 millones de adultos mayores.
Sin in más lejos, el censo nacional realizado en 2022 indica que el índice de envejecimiento registró el aumento ¡más alto en los últimos 50 años!
Esa no obligatoriedad a votar después de los 70 años fue, tal vez, uno de los factores determinantes para alcanzar ese exageradamente promocionado 56%, que no es de la población sino de los 35.394.425 que estaban inscriptos en el padrón electoral al 9 de noviembre de 2023.
Y acá es necesario que nos detengamos a reflexionar acerca de los números, porque hay algo que pareciera no se ha sabido o querido leer. Desconocemos si por ignorancia o deliberadamente, y es el clamor popular de una amplísima mayoría de personas en condiciones de sufragar.
Según datos oficiales, exactamente 9.521.099 personas sumaron, o mejor dicho, restaron a la democracia, con su voto en blanco (no le gustaba ninguno de los dos candidatos del balotaje), anulado (rotos o llenos de consignas contrarias a los políticos) o directamente ausente.
Contrariamente a lo que ocurre en la cultura oriental, donde a los ancianos se los consulta por su experiencia y se los venera por su sapiencia, acá a veces da la impresión de que fueran “material de descarte” a juzgar por el tratamiento que reciben cuando peticionan alguno de sus indelegables e imprescindibles derechos conquistados a lo largo de muchos años de ejercicio político y gremial.
En apenas unos días tendremos nuevamente elecciones y otra vez la alternativa es elegir personas para que nos representen en distintos estamentos gubernamentales. A veces pareciera que hubiese que optar entre precandidatos que muy poca gente conoce y otros que son “figurita repetida” y que rozan el hartazgo porque han demostrado, con su conducta, no haber estado a la altura de las circunstancias.
No es precisamente no yendo a cumplir con la ley 8.871 como se modifican, mejoran las cosas o se fortalece nuestro sistema electoral, o votando por odio “en contra de”.
Una publicidad muy lograda de la emisora Rock and Pop instaba, hace un tiempo, a “votar con responsabilidad”.
La Real Academia Española nos da el sentido etimológico de la palabra: viene de la griega demokratía, “demos” significa pueblo y “kratos”, gobierno, por lo que la manera más saludable de mantenerla es, participando.
Democracia, sin dudas, no es sólo ir a votar cada dos o tres años. Es conocer en profundidad la trayectoria y coherencia que en su propia vida ha tenido quien se candidatea, y así no ser luego espectadores de lamentables imágenes de pugilato o violencia en las que algunas juegan al carnaval arrojándose agua u otros en plena sesión parlamentaria protagonizan escenas a empujones y golpes de puño cuando lo que debiera primar es la palabra, no los insultos, y el argumento sin chicanas en cada debate como lo fue en tiempos de, por ejemplo, Nicasio Oroño. Ni hablar de los que aparecían con señoritas en sus rodillas olvidándose la cámara encendida cuando durante la pandemia debían mantener las sesiones online.
En fin, que en esta época virtual de campañas políticas a través de Facebook, Instagram o Tik Tok (ni Trump ni Bolsonaro ni Iñaki nos dejan mentir), se necesitaría en la población un poco más de virtuosismo a través de la gráfica o los libros y volver a las fuentes.
Y ya que arrancamos con Sáenz Peña concluimos con otro apellidado similar, Sáenz Valiente pero, ¡vade retro! no vamos a hablar ni del empresario involucrado en la muerte de la modelo brasileña hace un par de años en un lujoso departamento de Retiro ni del proveedor que vendía barbijos en plena pandemia a precios millonarios a la ciudad autónoma de Buenos Aires, amén de pertenecer a los directorios de conocidas empresas periodísticas, y al que una investigación de la Oficina Anticorrupción encontró también partícipe de un fideicomiso que compró en subasta de la Agencia de Administración de Bienes del Estado casi 8.000 metros cuadrados en barrio Parque, del que participaban hijos, hermanos y primos de funcionarios que hoy detentan poder en el gobierno nacional.
Sobre eso ya lo se expresó el periodismo profesional y crítico, que no es más ni menos que un pilar fundamental de esta democracia que supimos conseguir, y que tanto molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
El Sáenz Valiente al que nos referimos, José María (h), llegó a nuestras manos a través de la fortuna que tuvimos que una joven, Rosana (así figuraba su firma en el ejemplar que el libre mercado virtual ofrece hasta en 52.700$) descartara -a la vera de un contenedor junto a otros ya agotados e inconseguibles- el libro “Curso de Instrucción Cívica” de tercero A, de la Editorial Ángel Estrada, escrito en 1957 y reeditado 20 años después.
Este luchador por la libertad de expresión y fundador de doctrina fue el primer abogado en citar el caso Sullivan contra The New York Times, de la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos, dando origen a la teoría de la real malicia. También un activo defensor de Tato Bores, junto a Bidart Campos, en la histórica causa por la censura previa que inicio la jueza “Barú Budú Budía”, y gracias a él se reconoce que, por el camino de la colonización, la soberanía que prevalecía sobre las Malvinas era la de Argentina, aportando a la historia jurídica el Estatuto Internacional de las Islas Malvinas, algo que dentro de un par de días, como todos los 2 de abril, volverá a ponerse en tensión.
De su libro queremos compartir, siempre viene bien un poco de instrucción cívica, este fragmento que habla sobre Patria y patriotismo:
“Resulta difícil definir el concepto de patria. Por lo común se la identifica con el territorio de la Nación y se la encarna en esta o en su organización jurídica. No debe, sin embargo, confundirse con ellos.
“La patria es, en efecto, algo inmaterial, pues está constituida por el conjunto de vínculos morales existentes entre los habitantes de una misma Nación, estrechados por la comunidad de origen, de sacrificios, de pasado histórico, que los hace amar el territorio, respetar sus instituciones, velas celosamente por el progreso material y moral de todos ellos. Hay pues, tantas patrias cuantas naciones existan y no es posible admitir una patria universal frente a los antagonismos y diferencias de índole diversa que separan a los grupos sociales repartidos sobre la faz de la Tierra.
“La palabra patria deriva del latín “pater” (padre) y así como cada ser humano tiene uno solo y no se concibe que pueda mirar como a tal a quien lo sea de otros, es absurdo admitir que un grupo social, fundamentalmente diferente de los demás, pueda admitir una patria común.
“El amor a la patria se llama patriotismo. Pero este sentimiento, tan natural y espontáneo como el amor filial, debe manifestarse dentro de límites racionales, impuestos por la moral y el respeto a los derechos individuales y a las demás naciones. Su desviación, que por lo común responde a propósitos mezquinos, constituye el falso patriotismo (patrioterismo o chovinismo), sentimiento malsano y repudiable que conduce a extremos inconciliables con los fundamentos del verdadero patriotismo y es tan peligroso como la ausencia total de este.
“El amor a la patria no es un sentimiento ciego ni irreflexivo. Tampoco elimina la crítica; por el contrario, el verdadero patriota debe afrontarla con decisión y valentía, cuando haya lugar a ella, indicando el remedio para los males que señala y aplicándolo en la medida de sus medios, aún a costa de sus intereses y de su vida, si fuera necesario. No cumple los deberes de buen padre de familia quien silencia y no enmienda los defectos de sus hijos. Tampoco cumple los suyos el ciudadano que procede en forma semejante con relación a su país.
“La acción del verdadero patriota se manifiesta en cualquier círculo de su actuación: en el hogar, inculcando a los hijos las virtudes necesarias para hacer de ellos buenos padres y buenos ciudadanos; en la escuela, sirviendo de ejemplo a los alumnos y cumpliendo el apostolado que la docencia significa; en el gobierno, dando celoso y eficaz cumplimiento a sus obligaciones, con el pensamiento puesto en el bienestar del país; en el ejercicio de las profesiones liberales, desempeñándolas con sujeción a las normas impuestas por la ética de cada una de ellas; en el comercio y la industria, absteniéndose de perjudicar los intereses colectivos; en el banco de la escuela, del colegio o de la universidad, aprovechando las enseñanzas que recibe; en los actos comiciales, votando por los ciudadanos mejores y más capacitados; en todo momento, cumpliendo con la ley, respetando a las autoridades, procurando el engrandecimiento del país y el progreso de sus instituciones. El tipo del buen hijo equivale en el seno del hogar al del buen ciudadano dentro de su respectivo país”.