Siempre decimos que sólo muere lo que se olvida. Por eso nos complace celebrar los nacimientos de aquellas personas que vienen al mundo a mejorarlo y a dejar huellas indelebles en el concierto de la historia urbana. José María Buyo es uno de ellos.
Los memoriosos recordarán una publicidad televisiva de una cera que le daba lustre a los lugares por los que se transitaba. Su eslogan era: “¡el sol de España, en sus pisos!”. Muchas veces pasa que nos queda la frase, la música o los colores de una publicidad, pero nos cuesta recordar la marca. Algunos llaman a esto, exceso de creatividad, porque termina siendo contraproducente para posicionar el producto en el mercado.
Pero hay nombres y apellidos que sí le dan mucho brillo a la historia. Nos estamos refiriendo a José María Buyo, el alma mater y fundador de la Asociación Española de Socorros y Mutuos.
Tenía apenas 24 años cuando fundó la primera de estas instituciones en Montevideo, Uruguay, sentando las bases del mutualismo en América, y al poco tiempo, lo hizo en Rosario, colocando a la ciudad como pionera y decana en la República Argentina al ser la primera en el país. Otro motivo de orgullo para los rosarinos que somos Cuna de la Bandera, del Cine y hasta de la Fórmula Uno cuando aún esa categoría automovilística ni siquiera se llamaba así.
«La Casa de España”, declarada Inmueble de Valor Histórico, no pasa inadvertida para ningún transeúnte, sea local o extranjero, y salvo por la maraña de cables que cruza la esquina como en todas las calles de la ciudad, conforma su imagen una postal maravillosa y única. Ojalá algún día los cables sean subterráneos y podamos admirar, en toda su magnitud, la fascinante estética de tanta magnífica arquitectura que atesora la ciudad.
Para satisfacción de nuestro sentido visual, en la portada de esta nota, publicamos un fragmento de una espectacular foto de Ana María Meroi, con dirección de Jorge Koly Scilipoti.
El mutualismo, que se remonta a miles de años atrás y se practicó entre egipcios, griegos y romanos, siempre fue una imperiosa necesidad social para fortalecer las comunidades en su conjunto con un espíritu gremial y solidario.
Todos para uno y uno para todos, la consigna de Los Tres Mosqueteros, puede resumir los esfuerzos que se ponen en común para defender y proteger a la gran masa trabajadora.
Ya en la antigua Grecia aparecieron las heterías (asociación de amigos o compañeros) para proveer al socorro mutuo.
Los romanos tenían los Colegios que cancelaban el funeracuticum o seguro, pero asistir en el momento de la muerte del asociado. Para ello tenían el Collegia Teniuorum, una de las primeras mutualidades de las que se tiene conocimiento. Eran un servicio de enterramiento, una especie de seguro por deceso o enfermedad, que también contemplaba beneficencia para los familiares del difunto.
Es creencia que fueron fundados por el emperador Numa Pompilio, el mismo a quien se atribuye los nombres y la configuración de nuestro calendario.
Como en la perinola, hay un período de “todos ponen” para engrosar una cuenta que proveerá luego solidariamente cuando fuese necesario para alguno de sus miembros.
Así se obtenían, pompas fúnebres dignas y sepulcro honorable. Recordemos que los cementerios públicos por entonces, no existían.
Todas las culturas tuvieron su forma de asociativismo, “la unión hace la fuerza” que, tanto en mutualidades como en cooperativas, propendieron al desarrollo sostenido de la comunidad.
Protegerse entre sí, formando un fondo común con sus propios aportes, fue la base de muchísimas civilizaciones, y en la Edad Moderna el ser humano trató nuevamente de unirse en torno a las corporaciones.
Hubo una época en la que aparecieron las Hermandades de Socorro, dirigidas a proteger a los más débiles y humildes y sobrevendría luego aquellas Asociaciones de Socorros Mutuos para asistir a las víctimas de conflictos, accidentes, enfermedades, cesantía o fallecimiento.
Las colectividades que fueron llegando a “hacer la América” no fueron la excepción. Los inmigrantes que llegaban al Rosario buscando un destino mejor, levantaron ladrillo sobre ladrillo, hasta tener el placer de ver su obra terminada.
1910 fue el año en el que los españoles inauguraron en el Rosario “La Casa de España” con una arquitectura que, en cualquier lugar del mundo, llenaría catálogos de interés turístico.
El diseño de la inmensa casona es del arquitecto Francisco Roca i Simó, el mismo del Club Español, de Rioja 1052, y del Palacio Cabanellas, de San Luis y Sarmiento (ex Libertad). Muestra, dicen los arquitectos, varios estilos decorativos como el clásico y el modernismo catalán o Art Nouveau. Una fachada con águilas y leones hablan de la fuerza de la Naturaleza animal en las acciones humanas. En su interior, un techo con los escudos de las 49 provincias españolas ornamenta un amplio salón. Sus puertas muestran también una decoración exquisita propia de los palacios de principios del siglo pasado.
Hoy esta mutual que hoy puede recibir el nombre de obra social por la cantidad de múltiples prestaciones que ofrece, deviene del legado del mutualismo que ya se practicaba en la tierra de los ancestros de Buyo.
Contrariamente a lo que pueda suponerse que nació de la necesidad de protección mutua entre gente humilde o inmigrantes pobres, estas sociedades nacieron de la mente y la fuerza aguerrida de hombres que estaban en una buena posición económica, social e intelectual.
El mismo Buyo, que había sido el fundador de la Asociación Española en Montevideo, Rosario y más tarde en Buenos Aires, fue un periodista que trabajó como secretario del general Bartolomé Mitre en el Diario El Nacional (hoy La Nación), y su colega, Ovidio Lagos, el fundador de La Capital, fue el impulsor y creador de la Sociedad Argentina de Socorros Mutuos.
Se trataba de hombres y nombres bien instalados en la sociedad que competían, de alguna manera, para dejar una huella indeleble a través de sus obras y propender a atender las necesidades de trabajo y asistencia médica de la comunidad en su conjunto.
Buyo, junto a un honroso grupo de coterráneos, fundó la institución especialmente con el objetivo de asistir a los inmigrantes españoles, que eran muchísimos, que buscaban integrarse al país, atendiendo su salud, los costos funerarios y también el desempleo. Un busto de Carmen Pace, lo eternizó en bronce.
Verdaderos líderes estadistas, sin duda, del ámbito privado.
José María Buyo nació en Cádiz, Andalucía, España. El mismo lugar de donde llegó, en 1773, la imagen de la Virgen del Rosario que mandó pedir el cura párroco Francisco Antonio Cossio y Therán, y que le dio nombre a nuestra ciudad.
Su árbol genealógico marca que se casó con Luisa Sofía Ledoux, a quien en algunas biografías citan como Louise Céline Roux, y tuvieron a Isabel Aurora, Luis José, Edelmira Deidamia, Concepción Amalia e Isabel Celestina Catalina, en el término de diez años.
Cuenta la historia que Buyo solía hablar con vehemencia a sus compatriotas acerca de las posibilidades de conformar una sociedad de ayuda mutua preocupada por conocer los proyectos de la gente y darle las herramientas para que pudieran hacerlo: “crearía la capacidad de soñar y realizar”, decía. ¡Qué necesidad de hombres así tenemos hoy!
“Las diferencias socio-económicas y culturales están aquí para quedarse, lejos de nuestro terruño, y la manera correcta de encararlas es pensar aquí estamos todos, tan diferentes como la historia de nuestras vidas nos ha hecho y porque cada uno de nosotros puede enriquecer el contenido de nuestra común humanidad a través de la cooperación y el mutualismo.
“Convivencia que incluirá, claro, como es común entre amigos, un debate continuo sobre los méritos de cada contribución. pero debe entenderse que las soluciones a problemas humanos compartidos son mejores que todas, porque su objetivo es lograr la salud y la paz.
“En una sociedad organizada de unión y fraternidad, los socios en verdad forman una gran familia, en la cual se ayudan y protegen los unos a los otros”.
Gracias por la lección, Buyo. En el aniversario de tu nacimiento, el regalo lo recibimos los lectores.
Una cortada lo recuerda desde 1960, recorriendo de norte a sur desde el 100 hasta el 199 bis, a la altura de avenida Presidente Juan Domingo Perón (ex Godoy) al 8200.
 

