En los clásicos suelen salir partidos parejos. “Se definen por detalles”, declaran sus protagonistas. Los de Independiente con San Lorenzo no son la excepción. Grandes con pergaminos, el Rojo ostenta el orgullo de ser el más ganador de la Copa Libertadores de América, con siete conquistas, mientras que el Ciclón, que alcanzó la gloria continental en 2014, fue el primer campeón invicto de la era profesional (1968). Entre ellos hubo un partido diferente, con desenlace impensado, irrepetible, el 24 de noviembre de 1963.
El campeonato de 1963
Independiente había salido campeón en 1960 tras una docena de años de sequía y, tres temporadas después, soñaba con volver a festejar. Había disputado la Copa Libertadores de 1961, sin demasiado suceso, pero empezaba a nacer su idilio con el torneo internacional. Y ese equipo contaba en sus filas con Mario Rodríguez, Mariulo, gran goleador que sería el máximo artillero de aquel año.
Con toda su chapa a cuestas, el Rojo llegó a la última fecha con chances de gritar campeón nuevamente. El escenario era ideal: definía ante su gente, en la Doble Visera. Enfrente estaba San Lorenzo, que llegaba con dos nombres rutilantes de media cancha en adelante: Roberto Telch, el Oveja, y Héctor Rodolfo Veira, el Bambino…
¡Independiente 9 – San Lorenzo 1!
La fiesta estaba preparada pero, sin embargo, hubo malas noticias para los de Avellaneda al principio. El Bambino Veira sorprendió con una escapada en el arranque, puso el 1-0 y avisó que las cosas no serían fáciles. El equipo de Boedo, no conforme con la ventaja, siguió atacando. Independiente empezó a responder y no de la mejor manera…
Según crónicas de diarios y revistas de la época, los jugadores del Rojo decidieron cortar los avances de San Lorenzo con pierna fuerte. Con el árbitro Manuel Velarde mirando para otro lado, empezaron las patadas: el mismo Veira, Telch y el paraguayo Eladio Zárate debieron dejar la cancha. Por si fuera poco, el juez obvió un grosero penal para la visita…
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El Rojo, además de meter, consiguió convertir y empatar. Poco tiempo después, el cuestionado Velarde pitó esta vez sí un penal… pero para los locales. El juez echó a dos jugadores de San Lorenzo por exceso verbal, como se decía entonces. Con la salida de los tres lesionados y estos dos expulsados, el Ciclón quedó con seis. En aquella época se continuaba igual con esa cantidad.
Los pocos jugadores de San Lorenzo que permanecían en el campo se cruzaron de brazos, en señal de protesta frente al árbitro. El marcador cada vez empezó a ser más abultado. La frutilla del postre fue el último gol: Oscar Rossi sacó del medio, le pegó directamente a su arco, el arquero de San Lorenzo (Agustín Irusta, el Mono) la dejó pasar y así finalizó lo que a esa altura era un bochorno.
Cuatro goles de Armando Savoy, dos de Raúl Bernao, uno de Jorge Vázquez, uno de Rodríguez y el adrede en contra de Rossi consagraron a Independiente como campeón y postergaron la ilusión de River, el escolta, que en la fecha anterior había perdido con Boca en el Monumental. Ese 9-1 es todavía la mayor goleada entre grandes en la historia y la marca indeleble de un certamen manchado para siempre.
El después del título
Independiente, posteriormente, confirmó que más allá del último episodio también era un gran equipo. Con la base del campeón, en 1964 fue por la gloria continental que se le había escapado a Boca en la final ante Santos y se transformó en el primer equipo argentino en ganar la Copa Libertadores.
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El otro gran protagonista de la historia, el árbitro Manuel Velarde, tuvo un destino triste: nunca más dirigió en el fútbol argentino y su nombre quedó en las páginas oscuras del deporte nacional.