A una semana de la primera vuelta electoral, nos encontrábamos con las primeras imágenes de la celebración del rito democrático de elegir. Hasta el observador menos avezado ya avizoraba la inclusión de nuevos extraños actores que convivirían con los tradicionales actores de siempre, promovidos por los expresidentes Cristina Fernández y Mauricio Macri.
En bambalinas, detrás de las cortinas del poder, los expresidentes -uno con su silencio y otro con su apoyo público a uno de los candidatos que entró al balotaje- lograron inquietar a los actores políticos y aceleraron la lucha de posiciones por acceder al poder.
La política, en una de sus acepciones, afirma que ella tiene una fase agonal y otra constructora. La primera, proviene de «agon» que es lucha por el poder y las posiciones; la segunda, es la construcción de la política, donde se piensa en el «paisaje» en el cual quiero vivir, lo que interpreto del pasado, lo que sueño para el futuro, las políticas públicas que imagino.
En estos días vivimos la lucha por el poder, estamos construyendo nuestro voto, comparando ideas antagónicas; unas se fundan en valores como la solidaridad, la fraternidad, la amistad cívica; otras en la sociedad individualista, en la competencia entre desiguales, en la selección natural de los mejores. En un escenario donde la realidad nos muestra que hay 40,1% pobres, el 9,3% indigentes y ese índice es del 13,6% si hablamos solamente de los niños.
Luego, los valores y la realidad combinan para formar una aproximación a mis intereses y mis esperanzas para construir el voto. Entonces, ¿cómo elijo?
NI SANTOS NI HÉROES
Se elige, primero, pensando que la gestión del gobierno de una República no se hace con santos que hacen milagros, ni con héroes que salvan a la patria. Para eso están los altares y los campos de batalla. Se realiza con quienes creen que nadie debe ser eliminado ni robado y promueven el diálogo entre distintas ideas y tradiciones políticas, pero que tienen en común la honestidad e idoneidad y el respeto a los derechos humanos y a la Democracia.
Segundo, haciendo oídos sordos a los cantos de las sirenas -esas que escuchaba Ulises en mares procelosos- de ambos bandos, que nos dicen que en esa orilla están los que cruzaron el Jordán de la antipolítica en las elecciones PASO o los que cruzaron el mismo río en la primera vuelta y están en la orilla de la antiderecha.
Tercero, recordemos -como decíamos al principio- que detrás de las cortinas del poder están los que prohijaron a los dos candidatos a presidente. Que sostienen que los votos los transforma en impolutos, probos, sin cuentas por rendir; que ninguno de los dos candidatos debe explicar el latrocinio en perjuicio del Estado o su defensa de las dictaduras militares.
Entonces, ¿a quién voto? Podemos decir que pensando en nuestros valores éticos, religiosos o morales elijamos una de las tres opciones -por alguno de los dos candidatos o en blanco- buscando en ella las razones de ser de mi elección, abjurando del atajo de simplificar argumentando la razón del voto desde la antipolítica o la antiderecha. En una elección que como las dos caras de una misma moneda muestra: en una, la defensa a las dictaduras militares y en la otra la molicie moral del latrocinio.