La noticia mandó a segundo plano una infartante jornada de fútbol: un colectivo había aplastado a José María Gatica -figura del boxeo argentino durante la década del 50- a la salida de la cancha de Independiente, donde el local terminaba de ganarle a River en un clásico vital para la definición del campeonato. Ocurrió el domingo 10 de noviembre de 1963. Dos días después, internado en el Hospital Rawson, murió un hombre que dividió pasiones en su explosiva campaña arriba de los ring.
Con el transcurrir del tiempo, ese hecho adquirió ribetes novelescos: la caída del Mono Gatica en un fatal accidente callejero significaba su derrumbe definitivo y apenas un tropezón en el ascenso imparable de una familia que, desde la región metropolitana, acabaría por edificar un emporio de ómnibus y trenes en nuestro país.
El chofer del interno número 16 de la línea 295, luego abreviada en 95 y con recorrido desde Palermo hasta Avellaneda, era Antonio Cirigliano, tío de los hermanos Claudio y Mario que, desde la década del 90 y hasta la Tragedia de Once en 2012, fueron dueños casi monopólicos del transporte en la ciudad de Buenos Aires y el Conurbano.
José María Gatica: de la miseria a la gloria y viceversa
José María Gatica nació en Villa Mercedes, provincia de San Luis, el 25 de mayo de 1925. De muy chico se vino a Buenos Aires y en las adyacencias de la Estación Constitución, más limpias pero siempre bravas, se hizo respetar a fuerza de puñetazos.
Su debut profesional encuadrado en la categoría liviano se produjo hacía 1945, cuando empezaba a asomar con una fuerza imparable el peronismo. La carrera del Tigre, su apodo original antes de que la crónica periodística lo rebautizara dentro del mismo género, siguió casi la misma curva que los dos primeros gobiernos del fundador del justicialismo.
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“Dos potencias se saludan”, le dijo José María Gatica a Juan Domingo Perón antes de una velada de boxeo en el Luna Park, escenario de las peleas más recordadas del puntano. Las dos cabeceras populares lo apoyaban, las plateas le tiraban en contra. La antinomia alcanzó su pico máximo en los seis enfrentamientos con el rosarino Alfredo Esteban Prada.
“Pensar que yo era peronista y me trataban de contra”, comentaba varios años después, con un dejo de resignación, quien fuera el clásico adversario de Gatica. La sangrienta rivalidad sobre el cuadrilátero no impidió que Alfredo, una vez retirado, le ofreciera a un José venido a menos la posibilidad de ganarse unos pesos como presencia, por usar una palabra actual, en un restaurante de su propiedad.
La ayuda del Cabezón Prada no prosperó, sobre todo por el carácter irascible del Mono, quien detestaba que los clientes lo llamaran de esa manera, como se retrata de manera magistral en la película dirigida por Leonardo Favio y estrenada en 1993 con Edgardo Nieva en el rol protagónico. “Señor Gatica”, repetía con furia reprimida.
El último domingo de Gatica
A los 38 años, tan pobre y marginal como en su tortuosa infancia, Gatica vendía muñequitos en las canchas de fútbol para sobrevivir. Aquel domingo 10 de noviembre hacía calor en Buenos Aires. Boca le había dado una mano a River, sacándole un empate a Independiente que dejaba al Millonario dos puntos arriba del Rojo a dos fechas del final.
Sin embargo, en la Doble Visera de AVellaneda, el Millonario sufrió una tarde inspirada de Mariulo Rodríguez, autor de dos goles para la victoria por 2-1 (Ermindo Ángel Onega marcó para el perdedor).
El diario La Razón publicó una crónica en su edición del lunes 11 de noviembre, en la que indicaba que “un colectivo de la línea 295 conducido por Antonio Ciriliano” había atropellado a una persona en plena calle Herrera al 2400, en la esquina con Pedro de Luján. El apellido del colectivero tenía un error, porque en verdad era Cirigliano.
¿Qué había pasado? Ansioso, como en toda su vida, por moverse de un lugar a otro, Gatica dejó la cancha de Independiente unos pocos minutos antes de que concluyera el clásico. Se quiso subir a un colectivo en movimiento. El conductor Antonio Cirigliano no aminoró del todo la marcha. O no vio al pasajero. O el propio Mono no tuvo los reflejos suficientes para trepar al primer escalón… Nunca se sabrá con exactitud.
En la película Gatica, el Mono, Leonardo Favio hizo una reconstrucción artística del siniestro vial en base a lo que contaron aquellas crónicas construidas en base a testimonios de algunos pocos que parecen haber visto la escena fatal. Gatica tuvo dos días de agonía en el Hospital Rawson.
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Había quedado con la varias costillas quebradas, la cadera destrozada y demasiadas heridas internas. Murió el 12 de noviembre. La única y triste realidad es que debajo de ese bondi, el primero de lo que con los años sería el gigantesco Grupo Plaza, falleció José María Gatica. Tampoco necesitaba irse tan pronto para convertirse en leyenda.